El 25 de Mayo no es un simple
feriado, un día en el que no se trabaja o no se concurre al
colegio. En esta fecha celebramos uno de los acontecimientos más
importantes sobre los cuales se construyó nuestro país. Durante
la Revolución de Mayo se puso en juego el futuro de un colonia,
que deseaba crecer y desarrollarse como un pueblo independiente.
Conmemoramos entonces el 25 de Mayo, cuando un grupo de patriotas
iluminaron el camino de la Independencia. Cuando en una lluviosa
jornada los vecinos de Buenos Aires alumbraron la idea de
sentirse libres e independientes, protagonistas y artífices de su
propio destino.
Fuente: Informe:
Javier La Loggia - Especial para LA NACION LINE
El
Proceso
Revolucionario
No hay duda de
que el proceso revolucionario comienza cuatro años antes, en 1806
y 1807, momento en que Buenos Aires rompe los moldes burocráticos
establecidos para reclutar milicias y pone en pocos meces de pie a
"nueve mil hombres de pelea" para rechazar a los
invasores ingleses. Convergen entonces, dos movimientos simultáneos.
Por un lado, la ciudadanía se arma espontáneamente ("los
cuerpos urbanos habían sido autorizados a nombrar sus propios
oficiales y los oficiales a nombrar sus jefes"); por otro, el
Cabildo destituye al virrey Sobremonte e instala a Santiago de
Liniers, a quien proclama, según una exaltada metáfora, "el
rugido de la masa". De este modo, sin ningún plan
deliberado, los criollos "convirtieron en partidos políticos
y situación armada lo que hasta entonces no habían salido de la
vida interna de los habitantes" Interrelación de voluntad de
poder con el azar de las circunstancias: en aquélla época los
acontecimientos comienzan a ser arrastrados por una fatalidad
revolucionaria que expresa tendencias irreprimibles. Vacíos de
tradición liberal, sin legado alguno de libertad que defender,
los hombres de la revolución, ignoraban los medios prácticos con
los cuales la libertad política se encarna en derechos y garantías
concretas. Había en definitiva, que crear la libertad, darle
vida, traducirla en instituciones y plasmarla en costumbres. Tal
fue el dilema que se planteó a partir de aquélla semana del mes
de mayo de 1810, cuando una junta de gobierno sustituyó al virrey
en ejercicio y pretendió encontrar en su seno la soberanía que
la corona española había delegado en sus funcionarios.
Fuente:
Botana, Natalio R., La libertad política y su historia, Editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1991; pág. 94.
Plaza vacía,
Gente
como uno
Imaginemos un día nublado y medio
lluvioso, de esos que son tan frecuentes en el otoño porteño.
Imaginemos que un vecino resuelve pasarlo junto al río, pescando.
Con sábalo o algún bagre, a la tardecita regresa a su casa. Su
mujer le pregunta si trae alguna noticia, si vio algo novedoso. El
hombre le dice que no: todo lo que hizo fue tirar la línea en las
toscas. Ese día podría haber sido el 25 de Mayo de 1810 y ese
porteño pudo haber sido uno de los tantos que no se enteró de
nada de lo que ocurrió en aquella jornada.
El cabildo abierto del 22 de mayo reunió a
menos de quinientos vecinos y Buenos Aires tenía, en ese momento
casi 40.000 habitantes. Es decir que sólo el 1 por ciento de la
población participó de aquella trascendental reunión en la que
se asentaron las bases conceptuales y jurídicas que fundamentarían
el relevo del virrey y su reemplazo por una junta designada o más
bien, asentida por el pueblo. Es probable, entonces, que la
asamblea reunida más o menos tumultuosamente frente al Cabildo en
la mañana del 25 de Mayo, no haya tenido un rating muy
superior: 1000 o 1500 vecinos, como máximo. Nuestro pescador habría
formado parte, pues, de la enorme mayoría que nada tuvo que ver
con la transición del sistema colonial a un régimen nuevo, implícitamente
comprometido con la independencia de estas tierras.
Naturalmente, la escasez de participación
popular no resta al 25 de Mayo la enorme importancia que tuvo, por
varios motivos. En primer lugar, deponer a un representante del
rey y reemplazarlo por un cuerpo colegiado era algo insólito y
atrevido aunque Cisneros no representara al monarca español sino
al organismo que gobernaba en España a su nombre, en vista de la
cautividad de Fernando VII. Y aunque esta fuera, en realidad, la
segunda oportunidad en que ocurría un hecho como este en Buenos
Aires, pues cuatro años atrás una pueblada había exigido la
deposición de Sobremonte por su incompetencia y cobardía frente
a la invasión inglesa. Pero en 1806 esa verdadera revolución
paso casi inadvertida entre las luchas por la Reconquista; ahora,
en 1810, el derrocamiento del virrey era el resultado de un
tranquilo y racional debate entre unos pocos vecinos, "la
parte más sana y principal" de la capital del virreinato.
En segundo lugar, lo que ocurrió el 25 de Mayo
fue muy importante porque de algún modo significó la presencia
activa de los militares criollos en el proceso político. Las
milicias populares que se habían levantado en Buenos Aires desde
1806 estaban compuestas por criollos y por españoles, divididos
en regimientos según sus lugares de origen. Pero en esos cuatro años
se habían vivido procesos muy diferentes en los cuerpos
peninsulares y en los criollos. Aquéllos estaban integrados por
comerciantes y artesanos, para quienes el oficio de las armas era
una molestia; los criollos, en cambio, por ser pobres, se habían
tomado muy en serio sus nuevas profesiones de soldados, vivían de
sus sueldos y raciones y concurrían puntualmente a los
ejercicios. En poco tiempo adquirieron una capacidad de fuego
temible y esta superioridad se vio en enero de 1809, cuando
Liniers reprimió fácilmente, con su ayuda, el conato de golpe
organizado por el alcalde Alzaga. Ahora, en mayo de 1810, fueron
los Patricios quienes hicieron la guardia de la Plaza, dejando
entrar a los adictos y rechazando suavemente a los adversarios.
Los "fierros" los tenían los regimientos criollos y
esta circunstancia fue decisiva para apurar el derrocamiento del
virrey Cisneros.
Y una tercera circunstancia notable: tanto en la reunión abierta del 22 como en el compromiso adquirido el 25 de
Mayo por los componentes de la Junta, se dejó claramente sentada
la necesidad de convocar a los representantes del pueblo de las
restantes ciudades del virreinato para que homologaran lo decidido
por el de Buenos Aires. Si éste había obrado como lo hizo era por
razones de urgencia, como "hermana mayor" -según dijo
Paso. Pero se reconocía la necesidad de que un paso tan
trascendente quedara avalado por el pueblo del virreinato. Y en
este reconocimiento venía implícita la idea de federalismo y
también la noción de la integridad del virreinato.
De nada de esto, claro está, pudo enterarse el
vecino que en la tarde de esa jornada regresó a su casa con un
par de pescados colgando de su hombro... Pero seguramente tardó
muy poco tiempo en advertir que lo sucedido ese día también involucraba su propia vida. Porque de comienzos tan triviales como
el de esta revolución burguesa y municipal, pueden venir
consecuencias tan drásticas como la que conlleva la creación de
una nueva Nación. Nada más ni nada menos.
Félix Luna
Fuente: nota aparecida en Página/3, revista aniversario
de Página/12, junio de 1990.